SADE Villa María

12 octubre 2006

Sólo un círculo rojo - Enrique Fernández Anderson

Tercer Premio 

Estaba muy atrasado con la tela que debía presentar en la Galería Krakenberger de la avenida Santa Fe, cuyo dueño dominaba el mercado del arte de Buenos Aires. La inauguración de la muestra sería en diez días y Rogelio no estaba conforme con lo que había pintado hasta ese momento. Días atrás había trabajado por varias horas, pero no conseguía plasmar en la tela la idea que largamente había desarrollado. No podía presentar una obra mediocre, ya que su fama como artista era sólida y afirmada por premios numerosos en el país, en Nueva York y en Europa.

Esa mañana atendió la llamada de Hans Krakenberger que con su ligero acento alemán le preguntó: - ¿Y, Rogelio? ¿Para cuándo tu obra? No me la envíes muy fresca. Dejá que se seque bien. No me vallas a fallar y recordá que tu trabajo tiene que ser una de las estrellas. Le contestó con una mentira: - Hans, no, no te voy a fallar. Solamente me faltan los toques finales, que en realidad son pequeños detalles.

Después de esto salió al jardín y se sentó en un banco a meditar. No podía defraudar al marchand. Muchos de sus óleos habían sido muy bien vendidos en esa galería y decoraban las paredes de muchas mansiones aristocráticas del país. Además, una tela suya había obtenido un precio exorbitante en los Estados Unidos, en una subasta muy reñida entre Linel Rockefeller y un representante de la Casa Blanca y que finalmente quedó en manos del magnate.

Molesto entró en su atelier, corrió el caballete más cerca del ventanal y observó la tela por un largo rato. Se maldijo a sí mismo. No había logrado llevar al lienzo nada digno del salón. Tomó el pincel ancho y lo cubrió todo con una capa blanca. Empezaría nuevamente, pese al poco tiempo del que disponía.

Dos días más tarde, parado ante la tela blanca todavía virgen sufrió una desazón hasta entonces desconocida por él. Su mente retrocedió a sus años de estudiante de arquitectura cuando en los exámenes de Estructuras la hoja del papel en blanco lo inhibía y poco podía desarrollar. El reclamo de Hans volvió a su mente, ya que faltaba poco para la apertura de la muestra. De pronto sintió un impulso de rebeldía. Al final, él era uno de los más destacados pintores argentinos. Presentaría algo revolucionario. Se podía dar ese lujo. Fue a la cocina, retiró de un estante un pocillo de café y con él marcó en el centro de la tela un círculo perfecto. Más tranquilo y sin apuro pensó mucho en el color que emplearía y finalmente optó por el rojo. Con pulso firme rellenó el círculo. Se alejó unos metros para observar el efecto mientras pensaba: -“ Parece un sol ardiente que se destaca sobre un cielo azul...” Pero en seguida se rectificó. No. No se parecía en absoluto a lo que había pensado, ya que el cielo tendría que ser celeste. Lo dejaría así, y enfrentaría a Hans y a la crítica.

Más tranquilo llamó a la galería y le anunció a Krakenberger que había terminado el cuadro: -Hans, tengo mi trabajo listo. Mañana por la tarde pueden retirarlo. Se titula “Punto final”... Sí, ya sé, es título es curioso, pero ni bien lo veas estarás de acuerdo con que es el indicado.

La inauguración de la muestra fue exitosa y Hans Krakenberger demostró una vez más que conocía su oficio. Cuando vio la tela se sorprendió, ya que no se aproximaba en lo más mínimo a su estilo habitual. Pensó: “Es muy diferente de las pinturas de Rogelio... ¿Será una incomprensión de mi parte?” dada su larga experiencia en el trato con artistas resolvió colgarla sin hablar con el pintor. El público y la crítica serían los jueces. Antes de fijar la fecha de la subasta esperaría para conocer las opiniones de los principales matutinos y de las revistas de arte.

Cuando finalmente vio las críticas del acto inaugural de su muestra no pudo creer lo que leyó. Sánchez Muñoz, el renombrado crítico de arte del principal diario de la ciudad, conocido como muy mordaz y parco en sus opiniones, escribió: “En le vigésimo salón anual de Hans Krakenberger, adalid de los marchands de nuestra ciudad y posiblemente de toda Sudamérica, la calidad de los trabajos es soberbia. Pero la tela imponente fue la de Rogelio Santos Argüello. Su “Punto final” deslumbró al público –deslumbramiento que yo comparto- ya que ha incursionado en un estilo que asombró y deleitó a todos. Conociendo a fondo la vida del pintor y sus sufrimientos, recordé las experiencias amargas que vivió en los años de la dictadura militar y el triste exilio que debió emprender. No me cabe duda de que estos crueles avatares guiaron su mano de gran artista, ya que el fondo blanco de la tela indudablemente representa su plácida vida anterior al ignominioso trato que sufrió por defender la democracia perdida. El estupendo círculo rojo, sin ninguna duda, simboliza la afrenta sufrida que, gracias a Dios, pudo superar. Haré mías las palabras de Ernesto Sábato (también eximio pintor) invitado de honor de la muestra quién dijo: -“Creo que Rogelio plasmó con maestría la situación del país en esos años tristes y que el título de su trabajo se inspiró en el informe “Nunca más”, que la comisión que yo presidía presentó al gobierno democrático, después de la caída del régimen militar”. Sánchez Muñoz cerró su artículo con las siguientes palabras: Quiero terminar mi crítica con una cita de mi colega francés Jean Renard: “En pintura sólo dos trazos magistrales elevan la obra al mismo Cielo”.

Cabe destacar que todos los comentarios de los especialistas fueron altamente elogiosos, salvo aquél que publicó en su columna de arte la revista “Ars”: “En el salón Krakenberger la tela de Rogelio Santos Argüello es un acabado ejemplo de arte decadente. Artista de gran valor hasta ahora, se ha cavado su propia fosa con esta presentación”.

Un mes después, Rogelio Santos Argüello almorzaba con Hans Krakenberger en un lujoso hotel. Había recibido el cheque que el merchand le entregó después de la poco común subasta, en la que “Punto final” se había vendido a un representante de la Casa Real de los Países Bajos en la suma de sesenta millones de euros.

Esa noche Rogelio paladeaba un whisky sentado frente al fuego mientras leía por centésima vez el cheque. En su mente recordaba el problema inicial que había tenido la obra y el desenlace insólito al que se vio obligado a recurrir para entregarla a tiempo. Una idea cruzó su mente: “Debo agasajar con generosidad a todos los críticos con una reunión para darles las gracias por sus comentarios y tratar de entender, sin que se den cuenta, qué carajo vieron en mi obra...

Enrique Fernández Anderson, Turdera - Buenos Aires