SADE Villa María

12 octubre 2006

El rostro de Mariela - Aníbal Silvero

Segunda Mención Especial

Me creo un artista nato, y también creo que Mariela es la razón de ser de mi arte. De pequeño, mi pincel se movía como por encanto, a través de las infinitas combinaciones de la acuarela. Sentí la fuerza de un Miguel Ángel fluir por mis venas, como un torrente de creatividad. Debo reconocer que no hay sentimiento más hermoso que hacer arte, pero no hay frustración más grande que mi relación con Mariela. No existe ningún vínculo entre Mariela y yo –ella no podría admitirlo- y sólo flota entre nosotros el caprichoso lazo que yo he trazado a través del pincel. Total, digamos, que soy un soñador. Pero tengo la secreta percepción que ella conoce su papel de musa, aunque jamás va a querer admitirlo, no sé por qué, quizá porque en ese momento podría yo mirarla a los ojos, y conocer hasta el último de sus pensamientos.

Cuando me encuentro con Mariela en la misma coordenada, surge la inspiración, y yo me siento completamente pleno, pero eso sucede poco, lo más común es que me encuentre con Mariela y no surja nada, porque Mariela pone demasiados escudos para estas cosas. A veces se me ocurre que a Mariela parece importarle poco de nada, aunque ella dice preocuparse de todo y por todos. Es como si yo usase una lógica distinta a la suya todo el tiempo. Pero hay una cosa innegable en Mariela, y que excusa todas sus actitudes: es hermosa. No me refiero solamente a la forma de sus curvas, a su delicada piel con un ligero tono caramelo, a sus senos perfectamente formados, a la geometría de sus piernas, a la cadencia innegable de su voz, sino a algo más, que se percibe dentro de ella pero que ella trata de ocultar a rajatabla. Yo creo que toda esa esencia de Mariela está concentrada en su rostro. He visto pocos rostros con esa particular expresión, y tal vez vuelva ver aún más pocos. Su semblante irradia belleza, perfección de formas, carisma de ángel, esencia de paradigmas. Posee una extraña simbiosis, aúna la imagen del deseo y de la felicidad al mismo tiempo.

Yo me detengo a observarla a veces, con denodada atención, para buscar el secreto oculto de la disposición de sus ojos, pero ella bien pronto da vuelta su rostro, o pone un gesto de absoluta molestia.

Digamos que ella es lo suficientemente dulce conmigo como para que yo la añore todo el tiempo y lo notablemente indiferente como para que sufra en el acto de añorarla. A veces pienso que Mariela es cruel.

Lo cierto es que Mariela es mi inagotable fuente de inspiración. Más de la mitad de mis cuadros fueron engendrados a través de su virtual contacto. Cada vez que ella me lastima con su indiferencia, cada vez que me evade con la mirada, por cada ocasión que me dice, con los ojos: no me comprometas, no te comprometas, entonces allí mi corazón se rebela. Sufro espantosamente y regreso a mi taller completamente apesadumbrado, confundido, con una angustiosa frustración en la mente y en el corazón. Y entonces me pongo a pintar. Y pinto, y pinto. Toda la noche, hasta que me vence el cansancio. Así surgieron la mayoría de mis cuadros. Los más expresivos, los de mayor colorido de fondo, aún aquellos que han sido premiados en el último certamen nacional.

En mi ingenuidad psicológica, a veces me pongo a pensar si realmente Mariela no hace adrede todo este procedimiento. Quizá ella sienta verdadero afecto por mí, y no sólo por mi arte y sepa que el único camino a mi creatividad artística sea a través del rechazo, la indiferencia, el más absoluto desinterés por lo que yo sienta.

Mariela me concede una sola cita una vez al año. Se asegura de que sea en un lugar concurrido, a pleno día, y con decenas de personas caminando a nuestro alrededor. En el encuentro, que transcurre entre quince y veinte minutos, y por las mismas circunstancias del entorno, me debería ser imposible hablar de mí mismo, pero sí puedo explayarme en todo lo referente a mi arte.

Quizás me termine convenciendo que soy un enfermo mental, que Mariela está en lo correcto y yo no tendría que tender ningún puente etéreo, por más mental y ultra-fantasioso que sea, para satisfacer mi propia sed de pintar. Ella siempre se encargará de demostrar que uno mi puente con el vacío y allí terminará todo.

Fue con esta nube de elucubraciones que decidí, hace apenas unos días, pintar el rostro de Mariela.

La primera vez que se me cruzó esto por la cabeza, pensé que era una locura. Es un rostro que lo dice todo, lo explica y comprende todo, pero en cuyas delicadas y variadas ondulaciones, la mejor intención del corazón se vuelve la razón más pura. Pintar el rostro de Mariela?. Sería como compararme yo, de repente, con un Leonardo, con un Buonarotti, intentar burdamente imitar a los maestros, seducido, en definitiva y hablando crudamente, por representar un aritmético trozo de carne.

Pero sí, me convencí que debía hacerlo y que además ella lo merecía, como constante fuente de inspiración.

Pinté su rostro más de una vez. Rompí siete lienzos, me decepcioné a mí mismo y pasé días y días con un sentimiento de fracaso. Hasta que ayer fui iluminado por una idea.

Tomé el espejo de la sala, rescaté lo mejor de aquella pintura especial, seleccioné unos cuantos tragos del bar, junté una serie de compactos de Vivaldi, y comencé.

Fue una sesión de inspiración, estilo, color, líneas mágicas que iban y venían, transgresión de las formas, extrañas perspectivas que resaltaban de forma inusual el iris, la sonrisa, el brillo de los ojos. La experiencia de pintar sobre el espejo fue maravillosa.

Terminé el cuadro bien entrada la madrugada y cuando me desperté, esta tarde, la contemplé por un rato. No estoy seguro si hice un buen trabajo, algunos tonos no me convencen y me parece haberle dado demasiado luz a los bordes.

Por un momento se me ocurrió haber hecho una obra de arte y hasta pienso mostrárselo a Mariela en nuestra próxima cita anual. Pero en ocasiones la veo como una obra irreverente y estoy a punto de disolverla con alcohol. Tampoco es una mala opción. Después de todo, siempre estará el espejo detrás de la pintura.

Aníbal Silvero, Posadas - Misiones