SADE Villa María

09 octubre 2006

Sueños paralelos - Ana María Serra

Mención de Honor del Concurso Primo Beletti 2006

Al llegar a su casa, una encantadora residencia ubicada en uno de los barrios privados más codiciados de la zona, Gonzalo Urrutia emitió un suspiro de alivio. La jornada había sido realmente agotadora, y para colmo, la operación internacional no había podido resolverse por un problema contable. Pensó con cierta lástima en Pedro Miranda, el fiel empleado de la compañía, sumergido bajo una pila de papeles, tratando de resolver el dilema. ¿Lo lograría o se quedaría dormido sobre el escritorio, agobiado por tantos números y artilugios legales? Seguramente solucionaría todo, aunque tuviese que quedarse hasta las tres de la mañana, porque la meta de este empleado era el inminente ascenso, que por otro lado, Gonzalo estaba dispuesto a firmar sin chistar. Pobre tipo, se lo merece.

Se sentó casi despatarrado en su sillón favorito, después de haberse preparado un trago y encendido el equipo de música. Escuchó distraídamente los mensajes grabados en su teléfono: dos eran de Janette, que le comentaba su aburrimiento en Miami. Se quejaba de que él, siempre ocupado en negocios, no la hubiera acompañado. Aunque por otro lado, ella también había cerrado ciertos tratos comerciales bastante ventajosos, y, por supuesto, comprado cuanto perfume y ropa se presentaba ante su mirada de mujer banal y codiciosa, pero siempre seductora. Se dejó ganar por el ambiente de la sala, acogedor y calculadamente despojado, con muebles que escondían su lujo bajo diseños austeros. Cerró los ojos y la melodía suave lo invadió por completo, hasta que llegó el sueño.

Iba en su automóvil importado y conducía lo más velozmente posible, ya que sabía que se le hacía tarde y en la empresa lo esperaba una importante reunión. Contrariado, vio que a unos trescientos metros el tránsito se agolpaba y no permitía que pudiera adelantarse. Lo que me faltaba, un embotellamiento, pensó casi con angustia. Miró hacia una de las calles laterales, y vio cómo algunos automovilistas se desviaban por allí. Decidió seguir el ejemplo, y giró a la izquierda, tomando el atajo. Miró por el espejo retrovisor y vio a Pedro Miranda, que estaba detenido en pleno atascamiento y trataba de hacer arrancar su pequeño coche. Pobre muchacho, encima se le descompone el auto. Tal vez con el aumento del ascenso pueda mejorar y cambiarlo.

Mientras manejaba por la calle lateral, notó extrañado que no eran los comercios y edificios que él recordara existían allí. Antes de que pudiera reaccionar, sintió que su automóvil comenzaba a dar vueltas y más vueltas, introduciéndose en un remolino que lo atraía hacia un centro profundo y negro...

Pedro se esmeraba en que los números cerraran a la perfección, y con emoción vio que lo iba logrando; pero su cansancio pudo más, y quedó adormecido sobre el escritorio.

La mañana era hermosa, y él se dirigía hacia su trabajo como todos los días. El tránsito comenzó a volverse más denso a cada minuto, y Pedro se contrarió al notar que su pequeño automóvil había comenzado a fallar. Encima, esto. Quedarme atascado y con el auto roto. Por suerte, pudo solucionarlo a tiempo, y para ganar los minutos perdidos, decidió tomar por una calle lateral para poder llegar a horario. Mientras iba por allí, sintió un leve mareo: su vehículo comenzaba a girar como una especie de trompo dirigido por una mano poderosa e invisible; ya no pudo pensar más, una fuerza sobrenatural lo atraía hacia el centro de la tierra.

Despertó sobresaltado: ¿es que se había quedado dormido? Asombrado, se vio en la puerta misma del edificio de la empresa. Cuando bajó del automóvil, notó que no era su pequeño modelo viejo; era exacto al auto de Gonzalo Urrutia, su jefe. Se miró en el espejo de la entrada y se vio distinto, mucho mejor arreglado. Tomó el ascensor, y cuando estaba llegando al piso, el celular sonó: una voz de mujer que parecía acariciarlo con su tono amoroso, le anunciaba que había decidido partir esa misma noche de Miami y que llegaría en el primer vuelo de la mañana siguiente. No tuvo ni ocasión de responderle, ya que ella cortó la comunicación no sin antes decirle que lo amaba. Estaba entrando a la oficina, cuando la secretaria de Urrutia le dijo que el directorio en pleno lo estaba esperando en el salón de convenciones.

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Gonzalo despertó bruscamente. Se sentía algo mareado. Se vio frente a una casa modesta, en un barrio suburbano. Bajó del auto, y cuando fue a cerrarlo, comprobó alarmado que parecía haberse transformado en el viejo y pequeño coche de Pedro. Todavía confundido, entró a la casa. Una mujer joven, con un bebé en brazos, lo recibió con un beso:

- Querido, ¿conseguiste al fin el ascenso que esperabas?

 

 

Ana María Serra, Mar de Ajó - Buenos Aires