SADE Villa María

12 octubre 2006

27 de enero de 2006 - Cora Frerking

Mención de Honor

Los que dormían, despertaron; los que estaban en ensayo o en función, dejaron de tocar; los que caminaban se detuvieron; los que conversaban hicieron silencio; los que comían abandonaron los cubiertos; los que hacían el amor se sobresaltaron; los que se bañaban cerraron las duchas; los que leían levantaron la vista; los que bailaban se inmovilizaron; los agonizantes cesaron de morir: Todos los músicos del mundo se paralizaron en posición de atención ante el llamado. Un sabor amargo les puso sensación de fracaso y la expectativa les fue más que un tormento, aunque duró un instante, para estupor de quienes los acompañaban.

El mensaje les llegó como un latigazo sorpresivo. La primer frase fue un reproche incomprensible:

-“Debería haberme bastado un botón y de vuestros botones, tengo cajas llenas. Tengo botones de tecnicismo, de distracción, de argumentaciones, de estudios de estilo, de composición, de virtuosismo y al fin me rindo.”

Supieron que quien les hablaba había llegado al borde de su paciencia después de la larga espera, de generaciones tras generaciones y ya no podía aguardar más. Decía que en este caso, lo esencial era tan visible, que saltaba al oído y no lo habían detectado. Aseguraba que ni habían caído en la cuenta que se daban por vencidos; que ni siquiera habían descubierto la existencia del acertijo, después de dos siglos y medio.

Quien clamaba indicaba que ese día, 27 de enero de 2006, se rendía por cansancio, y los llevaría de la mano, inmerecidamente, a su develamiento.

Se presentó sin nombre, solo con una historia que podían reconocer, compartida con el autor del enigma y lo mencionó así:

-“Me tocó en suerte acompañar a Wolfgang desde su nacimiento. No podía haber elegido mejor destino; un ser tan sensible que mereció el obsequio de algunos dones de privilegio, que supo valorar y hasta magnificar. Él podía sentir mi presencia. A veces me llamaba su amigo invisible; otras veces solo me hablaba como para sí mismo, con sus pensamientos.

Su talento se engrandecía con su obsesión por perfeccionarse.

Disfruté con él los sonidos y las matemáticas desde muy pequeño. Su inteligencia era superlativa y eso le hacía gozar escandalosamente de cuanto le hacía feliz, que era casi todo: podía detenerse ante una violeta o palidecer de emoción ante unos cálculos divertidos, pero cuando extraía su música de los instrumentos, era celestial e indescriptible.

Lo conocí como nadie y conozco el secreto. Comenzó a perfilarse en 1783 cuando aceptó la proposición de iniciarse en la Masonería en la Logia Vienesa “Por la beneficencia”, abocada a suscribir las ideas humanistas del siglo de las luces y esas ideas generosas, que tenían por finalidad la felicidad de la humanidad, no podían menos que seducir a un ser tan sensible como él.”

El que hablaba detalló que Wolfgang era un místico confeso, que lo reafirmaba en todas las composiciones y que pronto comenzó a dominar las visualizaciones futuras; que al principio le llegaban confusas y al tiempo nítidas y concisas. Y luego les lanzó la pregunta:

-“¿De qué manera un ser dotado para la música, como él, podría haber transmitido sus premoniciones? Es obvia la respuesta. Pero nadie vio el secreto, a pesar de haber estado en los atriles de millones de diferentes músicos y de haber sido escuchado por generaciones y generaciones de melómanos.

Nadie lo vio. Nadie lo ha descubierto y hoy, 27 de enero de 2006, aquí mismo, en Salzburgo, festejaré su cumpleaños número doscientos cincuenta. Mi regalo será revelarlo solo a quienes lo comprendan y se regocijen: Ustedes.

Ustedes son los invitados elegidos, de quienes tengo las cajas de botones, pero eso ya no importa. Son quienes mantendrán el ritual y lo perpetuarán en su descendencia.”

El extenso mensaje fue recibido en solo una fracción de segundo y enseguida todos los músicos del mundo dejaron su actitud de atención extrema, para buscar con urgencia sus instrumentos. Algunos los tenían cerca, otros debieron recorrer la casa, otros, la ciudad o grandes distancias. Algunos lo hicieron desnudos, otros con los leños del hogar encendidos, otros abanicándose. Unos de noche, otros de día. Había músicos viviendo las distintas horas, las distintas estaciones climáticas, las distintas edades, las distintas circunstancias; recién amanecía el 27 de enero en Salzburgo y había músicos que ya habían vivido su mañana y había quienes recién vivían la última mitad del 26; pero definitivamente tomaron sus instrumentos con la mayor premura. Luego afinaron, como esperándose unos a otros, sin saberlo, recordando las oberturas de las cuatro óperas últimas, descontando “ La clemencia de Tito”. Todos repasaron las partituras, poniendo atención por primera vez, al primer cambio de tono en cada una. Tantas veces las habían estudiado y recién se percataban de la conexión entre los intervalos marcados entre el inicio y la primera modificación de las alteraciones iniciales. Memorizaron, de las cuatro oberturas, solo esos pequeños fragmentos acotados. Eran unos pocos compases de cada una.

Como si una batuta maestra los dirigiera, todos los músicos del mundo ejecutaron los segmentos señalados, en su secuencia de creación: el de “Las bodas de Fígaro”, unido al de “Don Giovanne”, unido al de “Cosí fan tutte” y unido al de “La flauta mágica”.

La música que se elevaba era extraña y complicada, hasta para el oído más avezado. No se notaba la unión entre fragmentos, era una sola frase sorprendente de única belleza.

La repitieron una y otra vez; una y otra vez; una y otra vez, ungidos de una emoción que los transportaba a un deleite glorioso. Y siguieron por horas y horas, en éxtasis furibundo de los ejecutantes. La música subía y zigzagueaba por el cielo, bajaba y entraba, como una intrusa mágica, en cada casa, en cada calle, en los campos, en las montañas, en el mar. Cubría los árboles, chisporroteaba en las hogueras, se suspendía en las gotas de lluvia, danzaba en el vapor de las ollas, se metía bajo las sábanas, rebotaba en los espejos; saturando el aire, inquietando, sacudiendo, inspirando; hasta que en la humanidad despertó una idea.

Se había puesto en marcha el conjuro para la nueva era.

 

Cora Frerking, Escobar – Buenos Aires