SADE Villa María

09 octubre 2006

Malentendidos - Pablo Javier Canavelli

Mención de Honor

A veces las cosas se nos presentan forma tan confusa que tomamos arena por sal. Dicho de otro modo: la realidad muy pocas veces se condice con lo que nosotros estamos convencidos de ver en ella. Lo lamentable es que nos vamos dando cuenta de esto con el transcurrir de los años y de las desilusiones. A algunos les lleva toda la vida.

Cuando Pedro se sentó al borde de la cama, sabía que el golpe había sido certero y fatal. Las veinte cuadras que lo trajeron desde el colegio hasta su casa fueron una letanía de confesiones íntimas y sinceras.

Si Estefanía había decidido terminar con el año y medio de noviazgo a pesar del amor que mutuamente se profesaban, Pedro estaba convencido de que tenía que ser por algún error cometido por él. Sus diecisiete años le daban la convicción de una “vasta experiencia”. Ante la contundencia de los dieciséis años de Estefanía poco pudieron intermediar las lágrimas que brotaban de los desesperados ojos de Pedro. Vanos fueron los pedidos de reconsideración. La inflexible decisión ya estaba tomada, y ella la había sostenido a rajatabla.

Con la mirada gacha, Pedro entró por el pasillo de la casa y se metió en el último de los cuartos. Dejó los útiles de la escuela sobre el sillón donde descansaba la ropa sucia. Se sentó en el borde de su cama, hoja en mano y escribió la carta. Se desvistió y se metió bajo la ducha (quería estar bien limpio). Desnudo como salió del baño tomó la cuerda de saltar, se subió a la mesa de la computadora, la ató a una de las aspas del ventilador de techo, hizo el nudo, lo ajustó precisamente en su garganta y con la mirada fija en una esquina del techo de su cuarto, se ahorcó.

La madre de Estefanía no podía creer lo que le estaban diciendo del otro lado del tubo. No había notado nada raro en las actitudes de su hija esa tarde, y no recordaba ningún comentario que lo involucrara a Pedro. Cortó la comunicación y lo único a lo que atinó su mente fue a buscar la forma de trasmitirle la noticia para que la afectara lo menos posible. No estaba segura de poder amortiguar el golpe lo necesario.

Cuando estaba por tocar a la puerta del dormitorio se percató de que Estefanía estaba hablando por teléfono. Se quedó escuchando, juntando valor y a la espera de un momento más propicio para comunicarle el suicidio de su novio.

“Pero sí nena, quedate tranquila, esta noche lo llamo y le digo que todo fue una broma, que sólo quería darle un susto... No nena, ni se lo imagina, le hubieras visto la cara al pobrecito... Mañana te llamo y te cuento.”

En el colegio decretaron asueto por un día. Estefanía no se enteró. En el psiquiátrico nunca le dejan leer los diarios ni mirar las noticias. Además, nadie le dijo todavía por qué su madre, desquiciada, delante de ella, se pegó un tiro en la sien.

 

Pablo Javier Canavelli, Paraná -  Entre Ríos

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