SADE Villa María

09 octubre 2006

Como vos quieras... Andrés - María Digna Vittore

Mención de Honor

Era un barrio humilde, tranquilo, de gente trabajadora; la de ganarse la vida honestamente. Todos los vecinos eran amigos.

Doña Emilia y su esposo vivían en esa especie de "clan"... con sus hijos Lucía y José.

Lucía ... o Lucy, como la llamaban todos, era una niña simpática de exquisita personalidad. Esa esencia innata que siempre llega por la vía milagrosa que llamamos genética.

Los años fueron pasando y Lucy, la adolescente, la más bonita quinceañera de todo el barrio.

Algo poco frecuente sucedió en el lugar. Una familia se mudaba, y quedaba una vivienda desocupada.

A los poco días "vecinos nuevos". El muchacho buen mozo de la familia recién llegada puso sus ojos en Lucy, y comenzó entre ellos un bello y hermoso romance. Era el Amor, que se filtraba en sus vidas jóvenes, tras la emboscada de una aparente amistad.

Lucy y Andrés se amaban y el amor transporta. Alguien dijo que es "la más bella flaqueza de la mente".

Entre sueños y fantasías crearon para ellos solitos un mundo pequeño, al que le sumaron un cielo grandote. A ella, nunca le habían dicho que sus ojos, eran claros y transparentes como agua de manantial y además, poseían la dimensión del horizonte. En una mirada suya, cabía para Andrés, el panorama de la vida entera... los hijos... la familia... todo su futuro.

Se casaron en una noche espléndida, al comienzo de la primavera. ¡El acontecimiento del barrio!.

La noche de bodas, la luna de miel, Lucy siempre ¡la número uno!. Como esposa también lo fue. Ama de casa perfecta, madre ejemplar. Mujer en plenitud. ¡Lo amaba tanto!...

El también la amaba pero... quizás, de una manera diferente. (¿Es que existen diferentes

maneras de amar?).

Esa mujercita casi perfecta proyectaba una sombra larga cubriendo todas las expectativas del hombre a quien amaba. Eran, sin duda alguna, muy felices. Ante cualquier proyecto, ella siempre repetía: "- Como vos quieras, Andrés - ".

No era quizás... reciprocidad; pero ella siempre lo complacía; se comprendían, lo amaba de verdad.

Andrés, poco a poco fue cambiando. Ese ambiente donde por todos los rincones vibraba el amor, comenzó a transformarse para él, en la más cómoda manera de vivir. Se sentía un rey.

Sus deportes favoritos. Sus "hobbys" y gustos personales, avalados por el consentimiento de ella... "Andrés se lo merece"... fueron acostumbrándolo a sentirse el amo, el dueño... el Señor.

Llegaron los hijos. Lucy los cuidó, los amó, los educó. - No molesten a papá; el trabaja.

Necesita descansar -.

Siempre limando asperezas, allanando caminos; todos sus desvelos fueron adquiriendo para Andrés, algo así como "obligación" de una esposa para con su marido.

Pasó el tiempo; y como las historias se repiten, sus hijos también se enamoraron, se casaron y se fueron.

Honda emoción la embargó en esas ceremonias. Pero bien grabadas tenía en su mente, las palabras de Gibrán: ¡Las había leído tantas veces!: "Tus hijos no son tus hijos. Son los hijos y las hijas de las ansias de vida, que siente la misma vida. Vienen a través de nosotros, pero no os pertenecen". Sabias palabras... pero ¡el nido vacío!.

Mas en su emoción Lucy albergaba una última y hermosa esperanza. Quizás ahora, estando solos otra vez... cual Ave Fénix, renacería para ellos nuevamente el amor. Más mimos para Andrés, más atenciones, más afecto... y menos respuestas.

Ana la madre de Andrés, ya viejecita y sola, un día enfermó. Sus otros hijos, lo mismo que él, hacían "su" vida. Sin consultarlo siquiera, la llevó a la casa. Lucy la cuidaría con esmero. ¡Era tan competente y abnegada!...

Como único premio tenía su reconocimiento. Y comenzó para ella la ardua tarea. Sin embargo... algo no se tuvo en cuenta. Después de un tiempo, sus fuerzas comenzaron a flaquea. Pero ella no podía, ¡no debía!, mostrar su desaliento. Siempre diligente, luchadora, sumisa. Ante cualquier propuesta, sonriendo contestaba: "-Como vos quieras, Andrés - "

Los médicos, los remedios, los análisis, la silla de ruedas, la cama ortopédica... ¡todo!.

¡Ah!... ya va a llegar Andrés; tengo que preparar el baño, la ropa limpia... los matecitos...

¡Ay! es que estoy muy cansada, no puedo ya. Pero si. Tengo que poder, era un pacto de por vida, con ella misma.

Como una calesita destartalada y loca, sus pensamientos comenzaron a girar en un descontrol lento, pero fatal. -¿Cómo es esto?¿No te acordaste de ...? No. Perdón no me acordé-.

¡No puede ser...! ¡Nunca fue así! Reclamos, exigencias, demandas, reproches. Cuervos volando sobre su cabeza, en un cielo cada vez más sombrío.

No podía ya acordarse de nada. ¡No tenía "NADA"...!. Solo su nombre de pila continuaba siendo suyo; aunque ella ya no lo recordara.

Una mañana primaveral y hermosa, como el día en que se conocieron, llegó Andrés a su casa en una ambulancia. Lo acompañaba una enfermera. Bajaron. - ¿Es ... la nonita... no? - No – es ella; está loca.

Un batoncito desteñido, fue todo su atuendo. Total ella no sabe nada y en el internado todo es igual.

Mujeres hechas guiñapos, la saludaron con una risa tonta... -¿Cómo te llamás? Sí, vos que sos la nueva... ¿cómo te llamás?

En actitud pensativa, entornó los ojos pensando pero no pudo acordarse.

¿Cómo era? Me llamo ... me llamo; repitió mientras lo seguía a Andrés con la mirada, viendo que se alejaba de prisa como liberándose de un estorbo.

¡Ah!... sí ... me llamo.. y entre sollozos que fueron la despedida balbució... - "Como vos quieras, Andrés"-.

 

María Digna Vittore, San Francisco - Córdoba